Como ya
apuntó Levitt (1986) en uno de sus
estudios sobre mercadotecnia internacional, cada vez tendemos a parecernos más.
Aquellas fronteras que dividían territorios, etnias, culturas, religiones y
lenguas fueron diluyéndose en función de una globalización más rápida,
profunda, salvaje, agresiva, universal (Friedman, 2006) ,
tecnocrática, mercantil y consumista. Una economía-mundo que parece consumar esa utopía en la que lo nacional
y lo mundial transitan a pasos agigantados hacia un sistema de hiperconexiones planetarias. Un nuevo régimen hipermoderno de coexistencia
donde las distancias culturales y geográficas se reducen; el inglés se impone a
todas las lenguas; y la comunicación inmediata se hace posible a través de la
Red y las comunicaciones satelitales y móviles. En la actualidad estamos
inmersos en un proceso de aceleración en el que fluimos soliviantados por la
inercia. Paradójicamente, del mismo modo que se fomenta la cultura de la
hibridación y
el mestizaje, surgen microgrupos que reaccionan ante este modelo de identificación
único, reivindicando el culto a la heterogeneidad, la segmentación y
fragmentación identitarias, así como una vuelta a las raíces. Por
lo tanto, podemos afirmar, que aquel mecanismo puesto en marcha en la década de
los 80, que pretendía unificar mercados, territorios y culturas alcanzando una
dimensión mundial, generó a su vez la creación de nuevas microfronteras y modos de
referencia diversos aparentemente más incluyentes.
La cultura, al convertirse en industria como
señala Theodor Adorno en la Dialéctica de
la Ilustración (2001) al igual que
sucedió con el mercado y los medios de comunicación, comenzó a desbordarse
desmesuradamente hacia las grandes masas, rebasando los estándares elitistas y
consolidándose en el mercado global. De este modo este nuevo universo hipercultural, pasó a ser una mercancía
más, distribuida por numerosas partes del planeta con los mismos procesos de
producción, industrialización, masificación y comercialización que el resto de
sectores de la economía de mercado. Podemos hablar entonces de una cultura-mundo en el que arte
mercantilizado, mediático y seriado que comenzó en los años 60, con artistas
tales como Andy Warhol, alcanzó con el impulso de la empresarización y la
comunicación, su nivel más alto de producción y reproductibilidad.
En un panorama artístico mediatizado hasta
el extremo y cuyas fronteras con todo tipo de géneros se van disolviendo en
función de la rentabilidad, que éstas les pueden otorgar, podemos afirmar entonces
que “hoy es el mercado el que hace al artista” (Lipovetsky & Juvin, 2011, p. 29) y son algunos
los privilegiados que transitan por circuitos monitorizados por sistemas de
subastas, curadores, galeristas, altos empresarios y banqueros los que
promoverán a éstos por ferias internacionales con el fin de convertir al
artista en un producto cuyo valor de marca se incremente con los años y se
consolide en el mercado hasta convertirse en la cultura mainstream[1] (Martel, 2012) .
La presente investigación pretende abrir
dos líneas de reflexión en torno al fenómeno relacionado con el arte y la
globalización: La primera de ellas enmarca a aquellos artistas que
comprendiendo la lógica del mercado se adscriben a ella y se benefician de
ésta, tales como Jeff Koons, Damien Hirst, Takashi Murakami, Tracey Emin, cuyas
obras están valoradas en la actualidad en millones de dólares[2]; la segunda de ellas,
comprende a aquellos artistas que de una u otra manera ponen de manifiesto su
visión positiva, neutra o negativa sobre el impacto de la globalización en
todas sus dimensiones.
En lo particular la presente investigadora
ha centrado parte de su trabajo en las consecuencias humanas de la
globalización, en especial en aquellas que derivan en temas de exclusión,
marginalidad y pobreza motivando con ello a la exploración de otros artistas y
temáticas en las que se ha trabajado en torno a este fenómeno.
Los interesados
en comprender los efectos de las fuerzas movilizadoras de la globalización
encontrarán en este trabajo una serie de indicadores que denotan dichos
impactos y la manera como han sido visualizados desde las artes plásticas.
[1]Martel, desde la
economía política enfatiza que las estratégicas de mercadotecnia, aunadas a las
industrias culturales, son capaces de construir fenómenos de masa posicionados
socialmente de tal forma que opacan cualquier otro tipo de manifestación
cultural, homogeneizando con ello todo tipo de expresión artística o
comunicacional.
[2] En 2008, Damien Hirst subastó en
Sotheby’s 223 recaudando con ello 135 millones de euros en una sola subasta,
rompiendo con ello récord mundial. (Oppenheimer,
2012)
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