jueves, 10 de septiembre de 2015

Introducción



Como ya apuntó Levitt (1986) en uno de sus estudios sobre mercadotecnia internacional, cada vez tendemos a parecernos más. Aquellas fronteras que dividían territorios, etnias, culturas, religiones y lenguas fueron diluyéndose en función de una globalización más rápida, profunda, salvaje, agresiva, universal (Friedman, 2006), tecnocrática, mercantil y consumista. Una economía-mundo que parece consumar esa utopía en la que lo nacional y lo mundial transitan a pasos agigantados hacia un sistema de hiperconexiones planetarias. Un nuevo régimen hipermoderno de coexistencia donde las distancias culturales y geográficas se reducen; el inglés se impone a todas las lenguas; y la comunicación inmediata se hace posible a través de la Red y las comunicaciones satelitales y móviles. En la actualidad estamos inmersos en un proceso de aceleración en el que fluimos soliviantados por la inercia. Paradójicamente, del mismo modo que se fomenta la cultura de la hibridación y el mestizaje, surgen microgrupos que reaccionan ante este modelo de identificación único, reivindicando el culto a la heterogeneidad, la segmentación y fragmentación identitarias, así como una vuelta a las raíces. Por lo tanto, podemos afirmar, que aquel mecanismo puesto en marcha en la década de los 80, que pretendía unificar mercados, territorios y culturas alcanzando una dimensión mundial, generó a su vez la creación de nuevas microfronteras y modos de referencia diversos aparentemente más incluyentes.
     La cultura, al convertirse en industria como señala Theodor Adorno en la Dialéctica de la Ilustración (2001) al igual que sucedió con el mercado y los medios de comunicación, comenzó a desbordarse desmesuradamente hacia las grandes masas, rebasando los estándares elitistas y consolidándose en el mercado global. De este modo este nuevo universo hipercultural, pasó a ser una mercancía más, distribuida por numerosas partes del planeta con los mismos procesos de producción, industrialización, masificación y comercialización que el resto de sectores de la economía de mercado. Podemos hablar entonces de una cultura-mundo en el que arte mercantilizado, mediático y seriado que comenzó en los años 60, con artistas tales como Andy Warhol, alcanzó con el impulso de la empresarización y la comunicación, su nivel más alto de producción y reproductibilidad.
     En un panorama artístico mediatizado hasta el extremo y cuyas fronteras con todo tipo de géneros se van disolviendo en función de la rentabilidad, que éstas les pueden otorgar, podemos afirmar entonces que “hoy es el mercado el que hace al artista” (Lipovetsky & Juvin, 2011, p. 29) y son algunos los privilegiados que transitan por circuitos monitorizados por sistemas de subastas, curadores, galeristas, altos empresarios y banqueros los que promoverán a éstos por ferias internacionales con el fin de convertir al artista en un producto cuyo valor de marca se incremente con los años y se consolide en el mercado hasta convertirse en la cultura mainstream[1] (Martel, 2012).
     La presente investigación pretende abrir dos líneas de reflexión en torno al fenómeno relacionado con el arte y la globalización: La primera de ellas enmarca a aquellos artistas que comprendiendo la lógica del mercado se adscriben a ella y se benefician de ésta, tales como Jeff Koons, Damien Hirst, Takashi Murakami, Tracey Emin, cuyas obras están valoradas en la actualidad en millones de dólares[2]; la segunda de ellas, comprende a aquellos artistas que de una u otra manera ponen de manifiesto su visión positiva, neutra o negativa sobre el impacto de la globalización en todas sus dimensiones.
     En lo particular la presente investigadora ha centrado parte de su trabajo en las consecuencias humanas de la globalización, en especial en aquellas que derivan en temas de exclusión, marginalidad y pobreza motivando con ello a la exploración de otros artistas y temáticas en las que se ha trabajado en torno a este fenómeno.
     Los interesados en comprender los efectos de las fuerzas movilizadoras de la globalización encontrarán en este trabajo una serie de indicadores que denotan dichos impactos y la manera como han sido visualizados desde las artes plásticas.



[1]Martel, desde la economía política enfatiza que las estratégicas de mercadotecnia, aunadas a las industrias culturales, son capaces de construir fenómenos de masa posicionados socialmente de tal forma que opacan cualquier otro tipo de manifestación cultural, homogeneizando con ello todo tipo de expresión artística o comunicacional.
[2] En 2008, Damien Hirst subastó en Sotheby’s 223 recaudando con ello 135 millones de euros en una sola subasta, rompiendo con ello récord mundial. (Oppenheimer, 2012)

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