Introducción

Los interesados en comprender los efectos de las fuerzas movilizadoras de la globalización encontrarán en este trabajo una serie de indicadores que denotan dichos impactos y la manera como han sido visualizados desde las artes plásticas.

Siempre fuimos globales

Siempre fuimos globales. El hombre desde sus orígenes pensó desde la totalidad territorial. La historia de la humanidad es la de una reyerta por la supervivencia y supremacía de una especie sobre las demás: reproducirse, crecer y expandirse.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Globalizaicón?

La globalización del mundo expresa un nuevo ciclo de expansión del capitalismo, como forma de producción y proceso civilizador de alcance mundial.

Consecuencias humanas de la globalización

La forma de ser moderna conlleva la necesidad obsesiva-compulsiva de cambiar el mundo; establecerlo y deshacerlo continuamente a una velocidad tan apresurada que sólo el maquinista del vehículo y unos pocos pasajeros consiguen tolerarla sin abandonarlo ni detenerse.

Cartogragía interactiva

Mapa interactivo de arte y globalización

lunes, 31 de agosto de 2015

Consecuencias humanas de la Globalización

“La depresión es una condición mental de lo más desagradable, angustiosa e incapacitadora, pero, […], no se trata del único síntoma de malestar que atormenta a la nueva generación nacida en el mundo líquido y feliz” (Bauman, 2013, pp. 21-22)

La forma de ser moderna conlleva la necesidad obsesiva-compulsiva de cambiar el mundo; establecerlo y deshacerlo continuamente a una velocidad tan apresurada que sólo el maquinista del vehículo y unos pocos pasajeros consiguen tolerarla sin abandonarlo ni detenerse. Una sociedad líquida, unos valores líquidos; maleables, inseguros, inestables. Vivimos, como apunta Bauman en sus estudios sociológicos más recientes, en un mundo líquido que nos ahoga.
     La velocidad es la que marca el ritmo, la diferencia. Ser moderno es estar en movimiento, estar a la última, estar en órbita. Lo contrario sería lo estático, llegar a destiempo, quedar excluido. El progreso llevaba consigo el propósito de integrar a la mayor parte de la población dentro de una nueva sociedad: más homogénea, más equilibrada, más “justa”, cuando paradójicamente, para llevar ésta a cabo, necesitase prescindir cada vez en mayor medida de grandes masas en movimiento.
     John Carroll describe en su libro Ego and Soul: the modern wets in search of meaning (2008): “Quedarse quieto es morir…El consumismo es el análogo social de la psicopatía de la depresión, con sus dobles síntomas contrastantes de exasperación e insomnio”[1] (Citado en Bauman, 2009, pp. 109-110). En el imaginario hiperconsumista el abanico de posibilidades es ilimitado: consumimos productos, servicios, mensajes, signos, símbolos, lugares, culturas, personas…
     Los medios de comunicación nos abordan y desbordan. Asistimos a una continua desacralización de los cánones establecidos en función de nuevas modas transitorias: lo bello, lo feo, lo kitsch, lo andrógino, lo étnico, lo híbrido. La moda surgió como consecuencia de que “lo bello” de alguna forma cayó en desgracia haciendo realidad el deseo de una sociedad de iguales; pero lo que parecía convertirse en un potencial liberador terminó proyectándose nuevamente como un mecanismo de exclusión, especialmente para aquellas grandes masas detenidas, paralizadas, obstruidas. Por el contrario, los que permanecen en movimiento por el universo consumista gozan de las efímeras fantasías estéticas e identitarias que éste les brinda. Cuanto mayor sea la capacidad de éstos para adaptarse a misceláneos cambios propuestos por el gran panóptico del capitalismo global, más fácil les resultará obtener su fracción de “felicidad” actualizada, aunque el costo de todo ello implique como consecuencia la estetización de la vida cotidiana (Lipovetsky & Serroy, 2015) y la desacralización consciente e inconsciente de sus propias vidas.
     “El capitalismo puede destruir el trabajo. El paro ya no es un destino marginal: nos afecta potencialmente a todos, y también a la propia democracia como forma de vida. Pero el capitalismo global, al declararse exento de toda responsabilidad respecto al empleo y la democracia, está socavando en el fondo su propia legitimidad”. (Beck, 1998, pp. 92-93). Así como Ulrich Beck menciona el desempleo como una de las principales consecuencias negativas generadas por el efecto globalizador, la acumulación de residuos es otra de las cuestiones que cada vez preocupa más a la sociedad, entre las cuales también se encuentran aspectos como la superpoblación, la hambruna o el terrorismo.
     Como ya se apuntó, el rechazo del mundo tal y como lo conocemos es el principal rasgo de la forma de ser moderna y se manifiesta con una obsesiva y compulsiva necesidad de cambiarlo todo. Continuamente se generan nuevas pautas de comportamiento y creación de objetos de consumo que de forma efervescente resultan caducos y obsoletos: en el primer caso, cuestiones culturales como tradiciones, hábitos y costumbres quedan relegados al subconsciente colectivo o en algunos casos directamente al olvido; en el segundo, la gran cantidad de objetos probados, rechazados, desdeñados y abandonados, generan como consecuencia un alto índice de contaminación además de la necesidad de una mayor extensión para acondicionar vertederos. Podría decirse que la modernidad es un continuo cruce de camiones cuyos destinos serían el almacén y el vertedero.
     Desde un punto de vista sociológico, no sólo se aplica el término “residual” a estos objetos “inservibles” y en desuso, sino a todo aquello que no ofrezca beneficio a la sociedad  que es categorizado como residuo. En el caso de una persona, si le acuñamos dicho término obtendríamos el de humano residual (Bauman, 2013). En términos morales, esta definición difícilmente podría identificarse con alguna clase social, ni siquiera en el caso de las más desfavorecidas. En un primer momento, si se piensa en ello, se relacionaría con aquellos casos de pobreza extrema y exclusión, debido quizás a su carácter público, como es el de los llamados “sin techo”. Y efectivamente, según la definición inicial, son en su caso humanos residuales, puesto que no aportan beneficios desde el punto de vista material y “Superfluos” (Czarnowski, 1956, citado en Bauman, 2013) ya que difícilmente puedan volver a incorporarse al circuito laboral. Pero si nos quedamos con la primera razón: no aportar beneficios materiales y económicos a la sociedad, entrarían a formar parte de este “selecto” grupo, todos aquellos, cualesquiera que fuese su oficio y formación, que se encuentren en situación de desempleo durante un período de tiempo como humanos residuales tendiendo a superfluos. Más aún si ésta condición se vuelve indefinida.
     De modo que la visión de un humano residual no se limita tan sólo a aquellos que se protegen del frío con cartones y demás aparejos en plena vía pública, sino que también se hallan en acogedoras viviendas; estudian, ven televisión, escuchan música, frecuentan cafeterías, van al cine. Y lo hacen con una cuidada apariencia, con diferentes estilos y modas. Sucede con éstos lo que con esos objetos declarados obsoletos por pautas hiperconsumistas, tampoco parecen residuos.
     Danièle Linhart en un capítulo de su magnífico Maniére de Voir los define del siguiente modo: “Estos Hombres y mujeres no sólo pierden su empleo, sus proyectos, sus puntos de referencia, la confianza de llevar el control de sus vidas; se encuentran asimismo despojados de su dignidad como trabajadores, de la autoestima, de la sensación de ser útiles y de gozar de un puesto propio en la sociedad”. Y si proyectamos una panorámica del problema encontramos al polaco Stefan Czarnowski describiéndolos como “individuos declassés, que no poseen un estatus oficial definido, considerados superfluos desde el punto de vista de la producción material” y concluye que “la sociedad organizada los trata como gorrones e intrusos, en el mejor de los casos les acusa de tener pretensiones injustificadas o de indolencia, a menudo de toda suerte de maldades, como intrigar, estafar, vivir una vida al borde de la criminalidad, de parasitar en el cuerpo social” (1956, citado en Bauman, 2013).
     Esta cuestión que cada vez preocupa más a la población, va mucho más allá de la figura y el rol de un personaje completamente público e identificable como el del homeless.



domingo, 30 de agosto de 2015

Arte y Globalización

“La cultura no es ya sólo una superestructura sublime de signos, sino que remodela el universo material de la producción y el comercio. En este contexto, las marcas, los objetos, la moda, el turismo, el hábitat, la publicidad, todo tiende a adquirir una coloración cultural, estética y semiótica. Cuando lo económico se vuelve cultura y cuando lo cultural cala en la mercancía, llega el momento de la cultura-mundo (Lipovetsky & Juvin, 2011, pp. 14-15)

El arte, como condición expresiva metacomunicacional también participa de esta situación. Mientras que en algunos casos, se ha desorientado, perdiendo lucidez, corporeidad, fortaleza comunicativa, convirtiéndose en piezas acríticas, maquilladas en serie para ocupar un espacio comercial en el supermercado del arte; en otros ha adquirido un carácter perturbador, comprometido, crítico, confrontador e inquisitivo, cuestionando la nueva organización social, tornándose en metáforas orgánicas del enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre el capitalismo, la modernidad inconclusa y la naturaleza humana y social.
     El arte, se ha vuelto parte esencial de las mercancías que suele mover la economía capitalista. La globalización convirtió al signo en parte de la oferta y la demanda. Las obras artísticas se parcelizaron en lógica del consumo, adentrándose en la mecánica de la producción de mercancías, diferenciadas, renovadas y revestidas del glamour mercadológico, haciendo del artista una marca que incrementa el beneficio, la satisfacción y la gratificación. Arte, mercado y seducción; diseño, arte, empaquetado, branding, audiencias y comunicación son indicadores que derivan de la estetización del mundo como señalan Lipovetsky y Serroy (2015).
     La nueva geopolítica de la información, las redes telemáticas, los hipermedios, los medios supranacionales, las industrias culturales han plagado el mundo de bienes idénticos, expandiendo el sector cultural con la misma lógica del económico, en términos de rentabilidad, mercadeo, comercialización y distribución de mercancías. Hoy estamos ante un capitalismo cultural (Lipovetsky & Juvin, 2011) plagado de industrias creativas, culturales, mediáticas y de entretenimiento que han erradicado los tiempos muertos.
El sujeto se ha descentrado y en el arte busca multiplicarse, tematizarse, espectacularizarse, convertirse en objeto de interés para tratar de encontrar sentido a su existencia.
Bajo esa perspectiva de influencia, la presente investigación pretende ubicar cómo el arte y la globalización hoy guardan una relación muy estrecha; misma vinculación que se hace tangible en la obra de una serie de artistas visuales que han ido expresando, desde hace algunas décadas, a través de su trabajo, cómo, los distintos indicadores señalados en la Tabla 1 se hacen manifiestos[1].
     Particularmente la relación entre arte y globalización que se encontró está expresada en el Figura 2 como se puede ver a continuación:



[1] La metodología empleada como criterio de selección fue la siguiente: 1) construcción de macroindicadores psicosociales que pudieran englobar los vínculos entre arte y globalización; 2) se desagregaron los macroindicadores en función de rasgos simbólicos presentes en las distintas narrativas audiovisuales encontradas en los textos de historia del arte desde la década de los 80; 3) se preseleccionaron a algunos artistas cuyo impacto global permitiera ubicar su obra como representativa de cada indicador; 4) durante la estancia de investigación realizada en México por la presente investigadora se visitaron más de 20 museos y galerías donde se exponía el trabajo de artistas contemporáneos cuya obra podría estar ubicada en cada micro indicador; 5) se elaboró una ficha de análisis para cada artista contemplando: biografía, obra, trabajo del artista vinculado con temáticas globalizadoras, análisis del discurso visual, comentarios hechos por críticos y curadores; 6) se revisaron páginas web, reseñas, videos y catálogos físicos y digitales de cada uno de los autores analizados.

sábado, 29 de agosto de 2015

Línea del tiempo de las olas migratorias

Siempre fuimos globales. El hombre desde sus orígenes pensó desde la totalidad territorial. La historia de la humanidad es la de una reyerta por la supervivencia y supremacía de una especie sobre las demás: reproducirse, crecer y expandirse. En la historia contemporánea esto se traduce en sistemas coloniales, imperialistas, geoeconómicos y geopolíticos. Nuevos medios que fueron propagándose de forma rauda y virulenta por todo el planeta. Por tanto, se podría señalar que la historia del hombre comienza a narrarse desde su movilidad; de las formas de circulación por el mundo. A partir de su apropiación de la tierra, expansión de los reinos, la circulación por los mares, las rutas celestes, los intercambios de monedas, las aduanas comerciales, los flujos de datos, la confrontación Este/Oeste, Norte/Sur, e incluso la tensión establecida entre el choque de civilizaciones de Huntington (1997) y el fin de la historia planteado por Fukuyama (1992)[1].
     El fenómeno globalizador no es nada nuevo, por el contrario, ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad y se ha manifestado en diferentes fases y olas que podrían sintetizarse de la siguiente manera:


[1]El debate conflictual entre Fukuyama y Huntington radica en que el primero mantiene una postura triunfalista sobre el capitalismo occidental, así como de la democracia y de los derechos humanos, mientras Huntington, por el contrario, fundamenta la decadencia  de occidente; una declinación que genera una mayor heterogeneidad confluyendo en importantes conflictos entre civilizaciones.